lunes, 9 de febrero de 2015

Clases de inglés

Reconozco que soy algo cabezón. No me refiero al tamaño de mi almendra sino a mi garrula terquedad que en ocasiones puede llegar a redondear cosas cuadradas. Bien es cierto que como científico de formación soy capaz de abandonar mis creencias siempre que alguien me demuestre lo contrario. En estos casos reconozco que estaba equivocado sin dudarlo. Pero eso si, la demostración debe no tener fugas, si no naranjas.

Cuando llegué aquí pensaba que la vida era la mejor profesora de inglés, que trabajando y viviendo iba a aprender el idioma. Además mi primer trabajo en el restaurante era perfecto, ningún españolito en la plantilla. Durante estos cinco meses he mejorado bastante, especialmente en entender a la gente. Al principio no entendía ni papa pero poco a poco la cosa ha ido a mejor. Lo de expresarme es harina de otro costal: he mejorado también, evidentemente, pero el ritmo es mucho más lento.

Evaluando objetivamente mis progresos he dado mi brazo a torcer y he comenzado a recibir clases de inglés. No me gusta, estudiar inglés nunca me ha atraído, pero no he tenido más remedio. No es que estuviese equivocado en que puedes aprender inglés de manera natural sin recibir clases pero muy despacio. Y lo que a mi más me pesa de esto es que en el trayecto me estoy perdiendo muchas cosas: conversaciones, amistades, oportunidades de trabajo, etc... Hay gente muy interesante e historias dignas de ser escuchadas.




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